Publicado el 23-10-2025 en UCC

Educar personas en (y para) un mundo digital

Hablamos con el catalán Pepe Menéndez, referente internacional en transformación educativa, quien visitó nuestra Universidad.

En su Instagram, se autodescribe como un “apasionado de la educación” que anda “conectando” su “interior con el entorno”. Y, por lo que dicen sus antecedentes y su historia personal, la vida de Pepe Menéndez es realmente así. Fue, durante 40 años, profesor de Literatura en colegios secundarios de Barcelona durante varias décadas, pero también fue director del Colegio Joan XXIII de la capital catalana y exdirector adjunto de la Red de Colegios de Jesuitas de Cataluña, además de autor de varios libros, entre ellos, el último: “Educar para la vida”. De visita en Argentina y en la UCC, donde dialogó con la decana de nuestra Facultad de Educación, Eva Crinejo, para anticipar su participación en el Congreso de Gestión directiva (se realizará entre el 6 y el 8 de noviembre próximo), conversamos con él para preguntarle sobre docencia, tecnología, inteligencia artificial, valores y pedagogía ignaciana.

-Cuando casi todo en la cultura: los medios, las empresas, las familias y hasta las universidades están señalando a la inteligencia artificial (IA) como el paradigma que dominará el futuro y, por lo tanto, la educación, usted dice en su libro “Educar para la Vida” que la educación que hace falta es la que lleva a las personas a ser más comprensivas, más empáticas y más comprometidas éticamente. ¿Propone una educación contracultural?

-Creo que sí. Creo que el desafío realmente es ese. En una época en que, además, nos cuesta comprender el avance tan vertiginoso de las cosas, especialmente de la IA, no debemos de perder el centro para la persona. Esto no significa que tengamos que ir como en un camino contrario o paralelo a la tecnología, sin tocarla; significa que tenemos que entender, desde la evidencia de que el mundo ya es digital, de que ya los niños y los jóvenes nacen y viven ya en un mundo digital, tenemos que entender que no debemos dejar de poner el foco en la persona. La inteligencia nos puede ayudar. Las cosas y todos los grandes inventos de la humanidad, que son muy potentes, son capaces de hacer el bien y el mal. Y la mal llamada “inteligencia artificial”, porque no es inteligente, nos puede descentrar si nosotros no estamos atentos a influir en los procesos de desarrollo de la tecnología; si no estamos atentos a saber educarnos en ese proceso de integración de lo tecnológico en nuestras vidas. El tema es no perder el foco que somos las personas.

-¿Y cuál es el rol del docente en este proceso de mirar la tecnología, aplicarla, pero valorar primero lo humano que es más importante?

-Yo creo que, ya hace tiempo, el docente percibe que el sistema tradicional de enseñanza no lleva a que todos o la mayoría de los alumnos aprendan. Lo que ha provocado la IA es que muchas de las tareas que eran tradicionales en la escuela se pueden resolver muy fácilmente, pero eso no quiere decir que los alumnos hayan aprendido el contenido. Aunque esto también pasaba antes, que los alumnos memorizaban cosas que, al cabo de poco tiempo, olvidaban. Yo creo que la tarea docente, que se ha vuelto más compleja, es una tarea de resignificación de cuáles son los aprendizajes y cuál es la manera en que los alumnos deben aprender en la escuela. En ese sentido, me parece que hay que estar tranquilo, no hay que ponerse nervioso por aplicar todas las novedades tecnológicas, ni mucho menos, pero tampoco debemos dar la espalda a lo que esos avances suponen. Lo más inteligente sería tener prácticamente un laboratorio de equipos docentes investigando cómo esa IA afecta a su propuesta educativa y, tratando, por supuesto, de actualizarla y de responder a ella para no perder el foco en la persona. En otras palabras: ni adorarla, como quizá ha ocurrido en algún momento, ni borrarla del mapa de unas vidas en la escuela en que los alumnos cuando salen están rodeados y llenos de tecnología.

-¿Cuál es el papel o la responsabilidad de la institución educativa, de los directivos, en esto de exigir la máxima capacitación técnica a sus docentes, al riesgo de olvidar los deberes de empatía, solidaridad, compasión, entre otros valores?

-La primera tarea de los directivos es capacitarse ellos. Es muy importante porque sólo puedes liderar una institución desde el ejemplo, no desde el encargo de que lo hagan otros. Yo creo que tenemos que distinguir muy bien lo que son capacitaciones técnicas que no acaban de terminar nunca, de aquellas que queremos usar para el propósito que ya teníamos, de aprendizaje, de exploración, de vinculación. La tecnología puede promover mucho el aprendizaje cooperativo, colaborativo. Entonces, yo creo, primero, que los directivos tienen que trabajar colaborativamente, tienen que estar, de alguna manera, al mando, dando ejemplo de cómo ellos integran en su labor estos avances, pero no de manera alocada. La tecnología a veces nos promete mundos fantásticos y, desde luego, ya hemos visto que, primero, estos mundos no alcanzan a todos y no son el paraíso. Pero, sin duda, el mundo ya es digital, y la virtualidad no es algo separado de la realidad de nuestras vidas, sino que lo real es una mezcla de lo físico y lo virtual. Yo siempre digo que tenemos un ejemplo muy claro: los sueños no son realidades de experiencias físicas concretas, los sueños influyen en nuestra comprensión y capacidad de nosotros mismos. O sea que los sueños son tan reales, o el mundo virtual es tan real como los sueños.

-Para un mundo cada vez más polarizado, más violento, en el que se hace más difícil el diálogo, incluso el diálogo político como vemos en algunos liderazgos políticos, ¿cuáles son los valores de la pedagogía ignaciana que pueden ayudar a superar este signo del tiempo presente?

-Yo no estoy seguro de que el mundo, en el presente, sea más violento. Sin duda, la clase política es la más impactada por todas estas complejidades y violencias y polarizaciones que sí existen. Pero a veces la vida real no es tan agria como la vida política. Pensemos en los grandes procesos violentos de la humanidad que hemos tenido a lo largo de la historia. La clase política es un ente que parece más permeable a la violencia que la gente de a pie. Más allá de esto, ¿Qué aporta la pedagogía ignaciana a estas situaciones? Yo siempre recuerdo una frase de San Ignacio, no sé si era exactamente como la voy a repetir, pero que se refería a que las personas podemos aprender cuando estamos en paz con nosotros mismos, cuando nos conocemos, cuando nos comprendemos. De hecho, los ejercicios espirituales son una vía en clave ignaciana de lo que Dios pide para mí. Podemos decir que, en clave más ecléctica, podría ser lo que mi proyecto de vida, con unos valores, con una sensibilidad, pide para mí. Para mí la espiritualidad ignaciana vinculada a la pedagogía tiene el gran valor de hacer a la persona protagonista de su propio camino, con unas referencias, lo que Dios pide en mí, lo que el mundo pide en mí, la complejidad del mundo pide en mí, pero donde la persona es protagonista y responsable también de sus acciones. Yo creo que en este mundo en que vivimos, donde, a veces, las responsabilidades quedan diluidas, donde no se acaba de valorar que las personas somos lo que somos en mucha parte por el entorno donde vivimos, por la capacidad que tenemos de crear sociedad, es muy importante ese mensaje del “hazte protagonista, pero también hazte responsable de una vida con sentido, con propósito”. Repito mucho aquella frase de San Ignacio a San Francisco Javier: “¿Adónde vas y para qué?”


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